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‘Maricastaña’, la niña bonita de Malasaña

Martín López

Su ventanal a la calle es el mejor aliado de Maricastaña, pues hay pocos que se resistan a mirar. Desde fuera rezuma novedad y anticipa bienestar. Dentro se confirma esta primera impresión: un espacio de marco incomparable; sofisticado al tiempo que sencillo, relajante y acogedor. Un clima que corresponde con el espíritu de la casa que, con el sobrenombre ‘Bar & Kitchen’, trae una propuesta contemporánea y casual, que practica la cocina de producto y con precios al alcance de cualquier bolsillo. Al frente de ella, tres jóvenes con diligencia y entusiasmo, que en muy poco tiempo han logrado convertir su ‘criatura’ en la niña bonita de Malasaña.

Los tres, Nacho, Cristina y Missy, han contribuido a dar personalidad a un lugar que descubre una sorprendente calidez nórdica. Paredes de ladrillo visto en blanco, mobiliario industrial y piezas restauradas con nuevas utilidades (luces de puerto convertidas en lámpara de barra, barandillas de balcones en las escaleras, rejas de ventanas convertidas en espejo) comparten espacio con mesas de madera clara, sillas de cuero, plantas y flores. Un estilo ecléctico pero también funcional, concebido para cumplir todas las expectativas, tanto como escenario para un desayuno apacible junto a la prensa del día, como para disfrutar de una cena entre amigos (ahí está la mesa comunal) o tomar las primeras copas de la noche.

Maricastaña Bar MadridSi en poco tiempo Maricastaña se ha hecho notar en el barrio no ha sido solo por el continente, también ha sido decisivo el contenido. Cocina non stop, con platos ligeros y para todos los gustos, donde tienen cabida desde recetas de corte internacional (dados de atún marinados en soja, tarte flambée al estilo alsaciano) hasta platos tradicionales (croquetas, bacalao con bechamel de calabaza) o decididamente caseros, como los incluidos en su menú diario. Todos llegan a la mesa en un original packaging: mortero de madera para las patatas que acompañan a sus hamburguesas, vajilla de porcelana para las tartas (excepcional su cheesecake) o bandejas de pizarra para el brunch. Éstas con capacidad suficiente para albergar los diferentes tipos de panes, quesos y frutas, zumo, yogur natural y demás opciones que cada domingo componen sus desayunos tardíos (la parte salada del brunch varía cada semana), que -como la tradición neoyorquina aconseja- también pueden acompañarse de un bloody mary con jugo de tomate natural.

Además, una estimable selección de vinos de bodegas jóvenes y de autor, selección de tés orgánicos, cócteles… Todo lo que se puede pedir a un café-restaurante con horario elástico y dispuesto a cubrir todos los frentes. Al parecer, Maricastaña lo tiene todo a su favor.

*fotos: Alber Sánchez

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