Sin duda se trata de uno de los secretos mejor guardados de Madrid. Bajo el asfalto del Barrio de las Letras se esconde un espacio que rezuma historia y enigmas a través de cada una de sus galerías. Los restos de una antigua bodega del siglo XVII, en la que los frailes de San Felipe Neri elaboraban un vino propio, ha servido de inspiración a Cristina Vila para idear un restaurante vanguardista en un marco lleno de magia.
Hubo un tiempo en que en este mismo lugar se congregaron los caballeros del Temple, una época en la que sirvió de refugio frente a las tropas de Napoleón y otra, mucho después, en la que se utilizaba como escondrijo de perseguidos durante nuestra Guerra Civil, con un pasadizo secreto que comunicaba con el Hospital General de Madrid, ahora Museo Reina Sofía, y que aún puede verse y quién sabe si caminarse. En la actualidad, las hornacinas en las que maduraba el vino de los frailes acogen las distintas e íntimas mesas en las que se acomoda a los comensales a media luz, con mobiliario de diseño hecho a medida o recogido en rastros y mercadillos por su propietaria, que ha querido conjugar así pasado y presente sin alterar la construcción original.
Ante la atenta mirada de la historia, los platos que salen de la moderna cocina vista de la Bodega de los Secretos saben y huelen a Mediterráneo y a buen producto. El maridaje fumé de salmón y anguila Carpier con cava Rimarts rosado es el plato estrella, y uno no puede irse sin probarlo, porque es único y sorprende. Las alcachofas con foie y el secreto ibérico completan la parte más nuestra, y el tataki de atún rojo con sésamo y caviar de mango compone una selección de recetas asiáticas que parecen imprescindibles en cualquier restaurante, del mismo modo que el steak tartar de buey. Acompaña muy bien una carta de vinos con representación de todas las denominaciones españolas. Las raíces de Cristina se notan en referencias catalanas como el Vilosell y los cavas de pequeños productores. También en el aceite de oliva Salvatge, de Lérida; buena parte de sus beneficios van a parar a la protección de los animales en peligro en la zona.
El sorbete de mojito o un vistazo al carrito de ginebras con las coloridas tónicas Original es el plan perfecto para alargar la sobremesa y seguir desentrañando todo lo que este recinto tiene que contarnos. Hay muchos secretos enterrados en la calle San Blas número 4. Descubrirlos está en nuestras manos.