Se ha instalado en uno de los rincones más bulliciosos y sugerentes de la capital. La calle Colón, nexo de unión entre los barrios de Malasaña y Chueca. El Mandil (de Maravillas) viste el espacio dejado por el legendario El saltón pero, aunque presenta una decoración y filosofía en plena tendencia, ha querido conservar la esencia de bar de barrio que durante décadas defendió su antecesor. De ahí el protagonismo de su extensa barra, un hervidero de vida urbana a lo largo de todo el día, desde la hora del desayuno (los croissants de mantequilla, sin duda, un inmejorable reclamo) hasta las primeras copas de la noche. Público de toda clase y condición se dan cita en este desenfadado y versátil espacio que apuesta por una oferta adaptada al estilo y ritmo vida de la zona, sin pretensiones pero de calidad, un servicio amable y atento, y precios al alcance cualquier bolsillo, que no es poco.
Gestiona este local impecable el bilbaíno Luis Pérez de Mendiola (respaldado en la aventura por los valencianos Colom), que fiel al carácter de sus paisanos, ha concebido un lugar donde disfrutar de la buena comida. En su carta encontramos pocas recetas nuevas pero sí notables materias primas (su proveedor de carne se encuentra en Bilbao, Hermanos Urrutia), toques de creatividad y porciones generosas. Los mejores ejemplos: carrillera ibérica al vino tinto con puré de patatas a la mostaza, parrillada de fruta y verduras a la plancha con queso de cabra, el carpaccio de buey y -no debería faltar en la comanda- la ensalada El Mandil (espinacas baby, tomate cherry, anacardos, queso de cabra, confitura de berengena y picatostes). A los que tenemos que añadir las sugerencias que diariamente se suman a su pizarra y un suculento menú de mediodía a precio imbatible (con entrecot como plato fijo entre los segundos), que provoca llenos casi a diario, en sus dos espacios: las mesas altas con taburetes tolix que rodean la barra, a la entrada, y el coqueto comedor del fondo.
Otra posibilidad es quedarse en la barra y comer a base de pinchos. Tentadores bocados de muy correcta factura y actualizada presentación con los que el establecimiento hace un recorrido por la cocina tradicional española, desde el salmorejo a los huevos trufados (en vaso de cristal) con jamón. Y, como acompañamiento, cañitas o alguno de los caldos que conforman su carta de vinos, corta aunque bien pensada, y a precios razonables; aunque la bodega también guarda alguna joyita para ocasiones especiales.
En definitiva, una vuelta a lo básico, a lo sencillo, como respuesta (o complemento) a otras propuestas más ambiciosas o experimentales que proliferan por la zona. El nuevo bar del barrio, qué duda cabe.
*fotos: Bruno Rascâo