Un siglo de historia avala a esta fonda que fue el hogar de paso durante décadas de comerciantes y viajeros. En 2001 cerró ante la falta de negocio y el 1 de diciembre de 2010 volvió a abrir sus puertas con notable éxito. La restauración del edificio ha sido minuciosa. Se ha cuidado hasta el último detalle para conservar su esencia. Por eso ahora podemos disfrutar, por ejemplo, en su suelo acristalado de un paño de la muralla cristiana del siglo XIII que corría por la Cava Baja. La Posada del León de Oro alberga 17 habitaciones, cuatro de ellas son suites. Cada una con una decoración diferente pero siempre con la misma filosofía del lugar. Tradición combinada con vanguardia.
Prueba de ese espíritu la encontramos en su enotaberna. Quince mesas donde degustar platos tradicionales y sabores de la abuela, pero impregnados de cocina imaginativa y vanguardista. Destaca en la carta el cochinillo confitado con almíbar de membrillo, uno de sus platos estrella, y la merluza fresca sobre patata con alioli de almendras. Las raciones son generosas y se pueden acompañan con alguno de las más de 200 referencias de vinos que tienen en su bodega. Por último, no te pierdas el postre. La fondant de chocolate es nuestra preferida.
Su amplio horario nos permite también ir a desayunar, o tomar solo el aperitivo. En la barra nos proponen raciones más ligeras, pero no por ello menos deliciosas. Apostamos por los embutidos de Ciudad Rodrigo y las croquetas artesanas de jamón, de cabrales y de espinacas. Este plato se ha convertido en el que más se pide en la Posada del León de Oro, junto con los huevos estrellados.
Su público, variopinto y heterogéneo, cada vez es más fiel a esta Posada del Leon de Oro, que vuelve a convertirse en uno de los referentes gastronómicos de La Latina.
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