Con tan sólo cruzar su umbral llegamos al corazón de Cádiz, más concretamente, a la plaza del Tío de la Tiza. La gaditana María Espejo y su marido Ángel han traído a su segundo local en Lavapiés un trocito de su ciudad reproduciendo con todo detalle la recoleta plaza del barrio de La Viña: paredes encaladas, ventanas de rejas, balcones con flores (de plástico) y hasta un mosaico de azulejos con la Virgen de las Penas. Una escenografía que completan con fotografías e imágenes de los grandes del flamenco y la copla, a los que también podemos ver actuando en los vídeos que se proyectan ininterrumpidamente sobre una de las paredes.
Puro Sur para contextualizar una de las experiencias gastronómicas más celebradas de la capital, los papelones de pescaíto frito elaborados por el equipo -cien por cien gaditano- de La Caleta. Frituras de gran nivel servidas en papel de estraza (ni rastro de aceite en ellas, señal de la maestría con que se fríe aquí) con pescaíto robazado en harina de garbanzo o trigo duro, y frito al momento en aceite de calidad y a alta temperatura: boquerones, salmonetes, puntillitas, ortiguillas, chocos, tortillitas de camarones o bienmesabe (no se puede salir uno de allí sin probarlo).
Se dieron a conocer en un pequeño y singular local en la calle Tres Peces, pero sus estrechas dimensiones y el imparable eco de sus bonanzas, han llevado a María y a los suyos a abrir una sucursal en la calle Santa Isabel, a tan sólo unos metros de la casa madre. Se trata de un espacio mucho más amplio, con zona de barra a la entrada, dos amplios salones repartidos en dos alturas (arriba la plaza; abajo una sala flamenca) y una cocina de mayor tamaño que les ha permitido diversificar su oferta, a la que ahora se suman suculentos guisos caseros (papas con choco, rabo de toro con garbanzos, berza gitana… la especialidad varía en función del día de la semana) y otros platos tradicionales como la ensaladilla rusa, las (imprescindibles) papas aliñás, lebrillos (carne al vino, almejas o pimientos) y ensaladas con inconfundible sabor andaluz, como la Piriñaca gaditana (tomate, pimiento verde, cebolla y lomos de melva canutera).
Pero hay más: marisco fresco llegado directamente de la Bahía (o en su defecto de Mercamadrid), atún de Barbate en diferentes versiones, pescados de estero (en temporada) o arroces melosos (de carabineros y chipirones, almejas y gambas, atún fresco con choco), sólo disponibles con reserva previa. Propuestas que convencen -y cómo!- por la pasmosa calidad del producto y por la honradez y mimo de su preparación, las marcas de la casa.
Los postres llegan de la repostería de Pepa Mesa del Puerto de Santa María (tocinillo de cielo, mousse de higo, tarta imperial), aunque para seguir disfrutando de los sabores de la ‘tacita de plata’ qué mejor que compartir un papelón de quesos payoyos (con leche de oveja o cabra de la Sierra de Grazalema) acompañados de cuadraditos de membrillo. La misma recomendación se mantiene con los vinos, porque el pescaíto sabe mejor cuando lo regamos con una manzanilla de Jerez, un fino de Jérez o uno de los estimables vinos de Arcos de la Frontera.
Una cuenta razonable y un servicio atento y de formas sencillas terminan por redondear la fórmula que ha otorgado a La Caleta un puesto de honor en el mapa culinario de Madrid. De sobra merecido.