El patio de l’Institut français, el café-jardín que conecta Madrid con París
Hay un determinado de público -bastante numeroso como hemos podido comprobar- que se olvida del móvil cuando se sienta a la mesa de un restaurante. Ni para hacer fotos de la decoración del espacio, ni para compartir los platos y, algunos incluso, ni para atender llamadas ni mensajes de whatsapp. Lo importante para ellos es disfrutar del momento, de la mesa, del entorno, de la compañía. Entonces, «¿para qué perder tiempo tomando fotos y subiéndolas a las redes sociales?».
Eso, al menos, es lo que nos dicen. Pero nosotros estamos convencidos de que esconden alguna que otra razón más: el deseo de que los restaurantes que figuran en su selecta lista de habituales no se hagan demasiado populares, el miedo a tener problemas a la hora de hacer una reserva, o a que se conviertan en un sitio de postureo más y deje de ser frecuentado por su público de siempre, otra de las razones que lo hacen tan especial. Un claro ejemplo de esto que os comentamos es el jardín del Le Café de l’Institut français, un sitio tan bonito que cuando lo ves por primera vez inmediatamente piensas «¿Cómo no había oído hablar de este lugar antes?». Las razones: acabamos de dártelas unas líneas antes.
Se trata de un precioso jardín, en el interior de l’Institut français, y que sirve de terraza del café-bistrot que también acoge el inmueble, el antiguo Palacio de Arenzana. Todo un remanso de paz, lleno de vegetación (lo que hace que la temperatura en verano sea también algo más baja que en el exterior) y mesas de jardín de distinto tamaño para desayunar, almorzar y tomar una cerveza (o copa) con los compañeros de curro a la salida del trabajo. Los alumnos y profesores del centro, personal del Consulado General de Francia (contiguo a l’Institut) y muchos funcionarios y ejecutivos que trabajan por la zona son los clientes habituales de este idílico lugar, aunque no es exclusivo, pueden acceder a él todo tipo de público; especialmente fácil es en verano, cuando muchos de sus fieles hacen jornada intensiva o se marchan de vacaciones, y hay menos problemas para hacerse con una de sus mesas (a mediodía siempre es recomendable hacer reserva).
La especialidad de este bistrot con terraza es, por supuesto, la cocina francesa, pero en su versión más tradicional y casera -no esperéis encontrar los refinamientos que generalmente asociamos a la cocina gala-. Son los platos que habitualmente se toman allí para almorzar (sopa de cebolla, quiches, ratatouille, vichysoisse, croque Monsieur) y se incluyen en un menú del día que cambia semanalmente, en el que también hay cabida para otros sabores internacionales y platos mediterráneos. Pero lo mejor de todo es su precio, el mismo – o más bajo- que el que ofrece cualquier bar de batalla por un menú de mediodía; lógico, por tanto, que haya muchos interesados en que no se corra la voz.
De bicoca son también los precios de sus desayunos. Así podemos tomar un café au lait con croissant, una tarta casera o alguna de sus baguettes como si estuviéramos en una coqueta terraza de París pero con los precios que gastamos en Madrid. ¿No es maravilloso? Como también lo es tomar unos vinos con los amigos o los agradecidos gin tonics afterwork mientras vemos caer la tarde a ritmo de jazz y música cubana; insuperable.
Estamos contando esto y, a la vez que recordamos nuestra grata experiencia, nos preguntamos si hacemos bien en descubrir un sitio tan encantador -¡y tan barato¡- como este. Pero, bueno, ya lo hemos hecho. Lo que sí os pedimos es que solo deis cuenta de ello a vuestro círculo más cercano, a aquellos que sabéis que de verdad van a sorprenderse y disfrutar como es debido de uno de los jardines secretos más fascinantes de Madrid. Entre todos debemos de poner de nuestra parte para mantener la magia, ¿no creéis?
