Cuando creíamos que en la zona de Ponzano ya no cabía un alfiler, llegan Marta Gutiérrez y Rebeca Hernández y sorprenden a los escépticos con un restaurante agradable, luminoso y con una cocina sabrosa y divertida, o como a ellas le gusta llamarla, ‘anárquica’, porque la creatividad no conoce límites en sus fogones. Se llama La Berenjena de Chamberí y cuenta con el aval de su predecesora, su taberna homónima en Lavapiés.
Precisamente, la idea de montar este restaurante nació de la falta de espacio en esta primera taberna y de la creciente demanda popular. Mantiene su espíritu informal y una carta elaborada que pretenden hacer crecer con el tiempo siguiendo la máxima que Rebeca, jefa de cocina, ha llevado hasta ahora: hacer una cocina anárquica. Es decir, partiendo del respeto absoluto a la tradición, crecen infinitamente sin más reglas que el empleo de la mejor materia prima y la búsqueda de sabores y texturas nuevas.
Y así nacen platos como los cangrejitos crujientes, unos cangrejos pequeños y sabrosos, fritos con la carcasa de sus patas hasta conseguir una textura crujiente y en absoluto grasa –hay que decir que son especialistas en fritos algo particulares– y servidos sobre una tierra de galleta y especias japonesas. Nos movemos a Asia con bocados como los dumpling de zamburiñas y gambas rojas, con un potente sabor a las segundas y una cocción perfecta. Volvemos a nuestro norte con las kokotxas de merluza en salsa verde de curry, un recuerdo a la tradición en un producto exquisito y cocinado con mimo para que el curry verde de el picor justo y respete el sabor. Y las mezclas continúan con otros platos como las navajas gallegas con gel de coco. La oferta está ideada para compartir o para probar pequeños bocados elaborados. Además tienen una selección de quesos, patés y conservas, las incombustibles croquetas –aquí de puerro, boletus, chipirones en su tinta o cabrales–, langostinos rellenos de queso… Y platos más potentes como el rodaballo en su piel, un rodaballo entero servido sobre sus espinas y su piel, previamente fritas, para que no te dejes nada en el plato.
De postre hay que probar la tierra y la crème brûlée de dulce de leche, todos caseros. Aunque hay un plato a caballo entre un entrante y un postre especialmente sorprendente: las piedras de foie. Se trata de piedras de chocolate blanco fino rellenas de foie, frescas, dulces y a la vez saladas, se deshacen en la boca y bien pueden poner el broche final a una comida.
Tampoco hay que irse sin probar su coctelería. Rose Rivas cuenta con algunas creaciones estrella como el Gin-Sour, una variante del Pisco Sour muy fresca, hecha con una ginebra de azahar. Pero es capaz de crear un cóctel personalizado partiendo de tus preferencias.
Y todo esto en un ambiente relajado e informal. Un restaurante sin pretensiones, minimalista y con una gran cristalera en el frente, que en invierno deja que la luz inunde el local y en verano se retira para dejar el espacio abierto a una agradable terraza entre jardines. Sin duda, no es un restaurante más de Ponzano, es una apuesta por una nueva fusión, un oasis gastronómico.
* Fotos Paco Montanet