Restaurantes chinos en Madrid hay muchos, pero El Buda Feliz goza del título de ‘primer chino de la capital’. Ahora número 5 de la calle Tudescos vuelve con mucha fuerza pero obligando a la clientela a partir de cero, y es que del restaurante abierto en 1974 solo queda la ubicación. El diseño ha cambiado y la cocina también, ya no hacen los platos que achacamos a cualquier chino, aquí todo es auténtico y lleva el toque de Julio (Yong Ping Zhang).
Coger el chino más antiguo de Madrid y hacerle tal lavado de cara no es fácil. En la capital gusta la innovación pero con los clásicos se es algo purista y quizá ir a El Buda Feliz y no encontrar lo que fue pueda chocar. Pero se han lanzado a la piscina y con Julio a los mandos asesorando en la cocina el éxito se ve venir de lejos. Cabe recordar que Julio está detrás de Soy Kitchen y Lamian, siendo este tercero el más asequible y callejero de todos, no el más sofisticado, pero la calidad se mantiene.
La carta es amplia pero está bien estructurada para que nadie se pierda. De entrante destaca el Chunquan El Buda Feliz, unos rollitos con verduras y lomo de cerdo muy sabrosos que recuerdan a los de primavera pero menos grasos y con más sabor. Para continuar, tiene un par de sopas y cinco tipos de Dim Sum – las estrellas de El Buda Feliz según ellos mismos anuncian -. Los hay de carne, de gambas, de cordero, de pollo y unos curiosos Shaomai Numi de arroz gelatinoso, dicho así suena extraño pero resulta ser un guiso de arroz lleno de matices.
Pasando a los platos fuertes uno encuentra una selección de pescados, mariscos y carnes (en guisos chinos o a la parrilla de carbón) que ponen de manifiesto que aunque sea el restaurante más asequible de los que ha montado Julio, la calidad sigue siendo la misma, y lo mejor, las elaboraciones no son nada indigestas. Si lo que apetece es tirar por los clásicos chinos, hay que pedir los Zhou Zhua Shou Gan Mian, unos tallarines caseros hechos a mano con carne de cerdo, setas y verduras al wok; y el Chuan Yi Kao Ya, un plato de pato laqueado que nada tiene que ver con los que abundan en los chinos de la capital. Lo sirven en un enorme plato de madera, laminado y acompañado de varios tipos de verduras, pepino marinado, daikon, ciruela japonesa y crepes de indu. La idea es poner todos esos ingredientes en las crepes y hacer un rollito: explosión de sabor.
Y por si algún indeciso se deja caer por allí, cuenta con dos menús degustación para compartir entre al menos dos personas: El Buda Feliz, con cinco platos más el postre; y el Shangri-La, con 6 platos más el postre.
El lugar es espectacular. Con una decoración exótica y natural inspirada en la fantasía de Shangri-La, obra del estudio Lavela. Al entrar, una pequeña barra da la bienvenida e invita a subir las escaleras a un salón que es explosión de color y exotismo. Sillas tapizadas con estampados selváticos, mesas de madera y mármol, sofás de terciopelo azul, plantas naturales por todas partes y, al fondo, un sofá rojo sobre el que cuelgan farolillos chinos que nos recuerdan que la renovación de El Buda Feliz no falta a sus raíces.
* Fotos Paco Montanet