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‘Angelita’, casa de comidas y ‘wine bar’ todo en uno

Abraham Rivera

David y Mario son los Villalón. Cada uno en lo suyo, auténticos expertos en la cocina de proximidad que tanto gusta hoy y en el maravilloso universo de la alcoholes. Ninguno de los dos es un recién llegado a esto. Se puede decir que llevan en el negocio desde que tienen uso de razón, colaborando con sus padres en la casa de comidas familiar que tenían en Carabanchel y que luego supieron exportar con buen tino a Malasaña y Serrano con El Padre. En la zona noble de Madrid, se hicieron un nombre gracias a una materia prima inmejorable, importada mayormente de Zamora -de donde era la familia-, y una honestidad sin rodeos.

Eso mismo es lo que han conseguido trasladar a Angelita, la propuesta que presentan en el centro de Madrid, a cien metros de la populosa Gran Vía, en la calle de la Reina, una zona que, con esta incorporación, refuerza su apartado dedicado a la buena comida –al final de la calle se encuentra el restaurante Yakitoro de Alberto Chicote– y al mundo de los combinados –justo en la misma acera están Del Diego y Cock, dos de las coctelerías más distinguidas de Madrid–. El local se estructura en dos zonas, la primera es la que da a la calle a través de tres grandes ventanales que permiten la entrada de luz directa. Aquí encontramos un gran comedor donde disfrutar de la carta, además de una barra y una zona con sillas altas. La otra parte está semioculta en el sótano, con un horario diferente y en la que se potencia otro tipo de ambiente más íntimo, con sillones Chester y una selección inmejorable de destilados y cócteles.

Angelita carne

En Angelita han apostado por dinamizar estos dos universos, potenciando además los vinos, una de las especialidades de David, el sumiller. Los dos hermanos han querido profundizar en las ramas que mejores resultados les dieron en El Padre, con una dedicación absoluta por los vinos auténticos, de pequeños productores, naturales y poco intervenidos. Con unos precios muy moderados y en los que no solo sobresalen las etiquetas nacionales, sino también una muestra muy representativa de vinos de otras regiones. A destacar los lusos y los italianos, entre ellos el lisboeta Vale da Capucha, y Buondonno, un tinto muy afrutado e importado directamente de La Toscana. Para acompañarlo, nada mejor que unas chacinas de la tierra –salchichón de Vic, lomo y mojama de Huelva, chorizo picante de Zamora– y una sopa como las de toda la vida, con caldo de gallina vieja, cebolla pochada, una lamina de jamón y yema de huevo, con el añadido del parmesano en lascas. A esto se le puede sumar un pez mantequilla levemente marcado o un tataki de cerdo ibérico macerado en salsa de soja y acompañado por una de esas verduras que tan de moda están, el kale, de la familia del brócoli.

Pero la visita no puede terminar sin visitar el bar americano de la parte inferior. Allí, Mario ha podido crear uno de los lugares que más dará que hablar entre los amantes de la coctelería. A medio camino entre un salón de Londres y un club de Nueva York, el espacio es un auténtico hervidero de nuevos sabores y experiencias. La idea que hay detrás de este local semiclandestino es la de ir un poco más allá del cóctel que ya encontramos en otros lugares, pero sin perder su esencia. Ejemplos: el Manhattan con un toque de amontillado, el Dry Martini con arbequina o la reinterpretación del Margarita. Imprescindible preguntar por la lista de maltas, rones y ginebras.

* Fotos Juan David Fuertes

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