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‘Café Murillo’, experiencias memorables

Martín López

Los grandes restaurantes que acaban convirtiéndose en clásicos parten siempre de una idea muy personal. En este caso, la de Eliza Arcaya y Johanna Müller-Klingspoor, que concibieron Café Murillo como un espacio para el encuentro, para compartir -qué mejor forma- alrededor de una buena mesa. Un lugar en el que se produjera la necesaria conjunción entre cocina de calidad, un servicio afable y eficaz y una atractiva decoración. Todo un reto que nuestras anfitrionas han logrado materializar en un antiguo café a espaldas del Museo del Prado al que han devuelto vida y color tras una reforma integral (una estudiada combinación de elementos clásicos, chic e industriales), granjeándose el favor de todo tipo de públicos. Desde los porteros del barrio que siguen eligiendo su legendaria barra para el café de la mañana o ejecutivos que eligen su comedor para el almuerzo, hasta grupos de amigos, parejas y algún que otro rostro conocido que se citan allí a la hora de la cena, cuando las luces del local se oscurecen propiciando un ambiente más íntimo y acogedor.

La inspiración de su cocina es la gastronomía mediterránea, con pinceladas de fusión, sin perder de vista las costumbres sanas y equilibradas. Platos con una creativa presentación, en los que no faltan referencias al país de origen de una de las propietarias y del chef de la casa, Venezuela, como los tequeños (palitos de queso frito) o la polvorosa de pollo (pastel de pollo horneado). Para tomar en barra o en el salón interior, Café Murillo presenta una carta dinámica donde tienen cabida las recetas más tradicionales (croquetas de jamón ibérico o de morcilla con espinacas), algunas de corte internacional (tartar blanco de Boris, con pez espada, o atún del Rey abrasado en crust de sésamo) y algún guiño oriental (crujientes de gambas). Casi todas son susceptibles de compartirse y, en buena parte, cocinadas al grill, como las pizzetas (muy recomendable la Sissy, con queso fontina, champiñones y aceite trufado) y la hamburguesa CH. Los sobrenombres de los platos, tan glamurosos ellos, corresponden a otro amigo de la casa, Boris Izaguirre. Aunque hay algunos que han podido prescindir de ello, como el fondant de chocolate que debe cerrar el festín.

Café Murillo, bar restaurante en Madrid

Para maridar, agua de jamaica y manzana (sin alcohol), una interesante selección de vinos de las denominaciones tradicionales, cócteles (los clásicos más alguna fórmula propia) y, para los más sibaritas, cava y champán a precios prudentes (en botella o por copas).

Esto durante la noche, pues Café Murillo es también el escenario perfecto para empezar la mañana del domingo -quien dice la mañana, dice el mediodía o la tarde- con un generoso brunch. Con la particularidad de que aquí el cliente decide la cantidad y los platos a tomar (huevos benedictinos sobre bagels con bacon, tartar de salmón, waffles caseros con mermelada y nutella, yogur con granola y frutos frescos), a los que se suman dos platos inequívocamente venezolanos, arepas y cachapas (tortillas de maíz) para condimentar con quesos. Insuperable, más si el tiempo acompaña y podemos degustarlo en la pequeña terraza del exterior; una experiencia para recordar, como todas las que se viven en este lugar.

*fotos: Alfonso Ondarroa

 

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