Tras un nombre tan gráfico y directo se esconde esta bocadillería del barrio de las Salesas, cuya propuesta pasa por ofrecer en esencia, bocatas de jamón acompañados de una copita de espumoso francés. Curioso, ¿verdad? Pues parece ser que este novedoso concepto medio castizo-medio chic gusta, y mucho, a los parroquianos más diversos de la zona y alrededores, que se acercan hasta allí para dejarse llevar por esta, a priori, insólita combinación.
A sus dueños (Enrique Fernández de la Puebla, José María Arzak y Juan Tena) se les ocurrió la idea porque, básicamente, les encantaba el típico bocadillo de jamón, una maravilla de la gastronomía española, desperdiciada hasta hace poco, según su opinión. Así que, tras darle vueltas a la idea, decidieron montar algo en torno a él, pero tirando a lo más alto. Y tanto que lo hicieron. Del pequeño corner acristalado del establecimiento donde se preparan estos emparedados, no sale una sola loncha que no sea ibérico de bellota. Y, ya que se ponían en plan pijo, ¡había que combinarlo con el mejor vino! Al parecer, durante el proceso, alguien les sugirió lo bien que podía maridar el jamón con el champán y, a juzgar por el resultado, estaban en lo cierto.
El local es un pequeño espacio de diseño en el que predominan la madera y los azulejos blancos, sobre los que las patas de cerdo se alternan en peculiar armonía con botellas de burbujeantes caldos franceses. Rústico, a la par que glamuroso. En cuanto a la carta, como no podía ser de otra forma, el rey es el bocadillo de jamón, que proponen sólo o acompañado de otros ingredientes, tipo tomate triturado, pimiento verde asado o queso cremoso. Junto a él, otras variedades, como el de mortadela trufada o el de lomito ibérico de bellota, todas ellas, eso sí, hechas al momento con distintos panes recién horneados (de cristal, mollete, de horno de leña). Completan la oferta el salmorejo y el gazpacho servidos en copa, una ensalada de ventresca de atún, la tabla de quesos, Torta del Casar… En la carta de champanes (elaborada por Javier Gila, presidente de la Asociación Madrileña de Sumilleres) huyen de las etiquetas archiconocidas -por las que se acaba pagando el nombre- para centrarse en otras no tan famosas, pero que también son de calidad y, sobre todo, menos caras.
Como un buen bocata le gusta a todo el mundo, es fácil suponer que el ambiente por allí es variop, informal y de lo más animado. Sobre todo, los fines de semana, cuando se llena hasta la bandera de clientes dispuestos a dar cuenta de uno de sus deliciosos bocadillos incluso de pie, ya sea en la zona de barra o en la de mesas altas del fondo. Sobre estas mesas, por cierto, hay unos cubiletes con cuchillos que invitan a cortar para probar de todo un poco, así que, ya sabes: parte, reparte y, si puedes, ¡llévate la mejor parte!
*fotos: Alfonso Ondarroa