Cada día es más habitual ver cómo antiguos negocios de la zona de Tirso de Molina y Lavapiés pasan a manos de gente más joven que les dan un aire renovado. Es lo que le ha ocurrido al mítico Mesón O’Barquiño, tasca gallega de toda la vida situada entre las calles de Torrecilla del Leal y Olmo, muy próxima a los Cines Doré y al cosmopolita Mercado de Antón Martín. La reforma acometida por un grupo de modernos empresarios, relacionados con el gastronómico Triciclo, es de las que crean escuela.
La taberna ha sufrido un verdadero lavado de cara, en el que se ha transformado por completo la parte superior y la desconocida planta baja, ahora habilitada como comedor y espacio de coctelería. La zona que da a la calle resulta especialmente luminosa gracias a un mostrador con zócalo de mosaicos y a un espléndido suelo de terrazo, traído expresamente de Italia. Todo ello sin perder el tono de bar setentón que siempre tuvo, ahora el nombre ha cambiado por un vistoso Bar Esperanza.
Mesas y sillas de formica, una vitrina con chacinas y quesos, pizarras con sugerencias del día y una cocina de infarto hacen el resto. Porque detrás de los fogones se encuentra Ferrán Blanch, quien fuera jefe de cocina del mencionado Triciclo, que ha querido darle un toque muy mediterráneo a todas las elaboraciones que van desfilando por barra y mesas. “Ya estábamos un poco hartos de tanto ceviche y tan poco escabeche”, nos cuenta en un momento en el que ha podido escapar de la cocina.
RACIONES DE SIEMPRE
De esta manera podremos disfrutar en clave de tapeo informal de bocados como la clásica Bomba de patata de la Barceloneta, rellena de carne y con su característico picante; de unas Ostras del delta del Ebro, algo más suaves que las francesas; de laterio fino, como berberechos, almejas o navajas; o de una muy bien elegida selección de quesos, en la que no falta un Tou dels Tillers catalán, un Ronda Cabra malagueño o un Mahón Curado menorquín. A esto hay que sumar creaciones caseras para acompañar el vermut o la caña, desde Foie gras a Mejillones escabechados, pasando por Croquetas de pollo payes.
Pero donde más se ha soltado Blanch es en la parte dedicada a ensaladas, arroces, guisos y brasa. Antes de abrir el local se lanzó con sus socios a recorrer Italia, Francia y Grecia para inspirarse en la confección de la carta. Y el resultado es una maravilla. Aquí, al igual que en el picoteo, las posibilidades de medias raciones ayudan a disfrutar mucho más de la ingente variedad de propuestas. A la mesa llega una genuina Coca mallorquina de pimientos del piquillo, sardinas y espinacas sopleteadas; un original Cous cous siciliano elaborado con almejas, berberechos y cabracho; y unas sabrosísimas Albóndigas griegas de cordero y yogur. Como fueras de carta destacan unos Calçots con salsa romesco y unas Mollejas con salteado de gambas. Pendientes para otro día quedan los arroces ibicencos, con el pescado de roca y la patata a un lado; el pane cunzato, hecho a la manera siciliana; la Hogaza de pan rellena de Camembert horneada al momento y con un ligero aroma a trufa; o la ensalada Nicoise, típica de Niza, y formada por judía fina, anchoas, huevo, alcachofas y lechuga, entre otros ingredientes.
Como no podía ser menos, los vinos también son viajeros y podemos encontrar sangioveses de La Toscana, macabeos del Penedes o tintos del Rosellon. Difícil resistirse a un lugar que siempre tiene lo que uno necesita. Su horario ininterrumpido ayuda a alargar las tardes o las noches, siempre con algo de picoteo fino que llevarse a la boca. ¡Bienvenidos al barrio!
* Fotos: Paco Montanet