En esta era foodie que nos ha tocado vivir, hay una cosa que ya está muy clara: todo lo que pasa por la mesa es susceptible de ser alabado o criticado. Y todo debe estar a la altura de cada sitio, desde el aperitivo hasta el postre. ¿Pero qué pasa con el café? Para muchos sigue siendo un mero trámite final y no un plato con entidad propia, porque siguen sin tener en cuenta que un mal café puede arruinar el recuerdo de una gran comida.
Lo bueno es que ya se está fomentando el consumo de café como un producto gourmet más, como si fuera un buen vino o el mejor de los platos, sobre todo en los restaurantes de más alto nivel. Y surgen iniciativas como Baqué Experience, una auténtica ceremonia del café que también se sirve en sitios como el Café del Jardín. El protagonista absoluto es el café, por eso se toma solo, sin leche ni crema, porque no es un espresso. No se hace con máquina, sino que se bebe recién infusionado y filtrado en cafetera gourmet en la propia mesa acompañado de una detallada explicación de sus orígenes y propiedades. Para no alterar ni su sabor ni sus aromas, tampoco se le añade azúcar. Y no se toma en taza, sino en copa de cristal -inevitable hacer el gesto de cata antes de dar un primer sorbo y de tratarlo con el mismo respeto que a un buen vino-.
Un ritual así solo puede hacerse con cafés de calidad, de variedad arábica y tueste 100% natural. En la Baqué Experience se puede elegir entre cuatro cafés procedentes de orígenes diferentes: Panamá, con aromas florales y notas a melocotón y chocolate; Etiopía, mucho más floral, con recuerdos a jazmín y especiado y cítrico en boca; El Salvador, de aroma a chocolate con leche y sensaciones de fruta madura; y, con aroma a fruta y miel, y sabor a caramelo y mandarina. Para degustar estos cafés uno debe tomarse su tiempo. Vale que quizá no es lo más apropiado para el café con prisas de primera hora de la mañana, pero sí para culminar una gran comida.