‘¡Cómo huele a café!’, es la habitual exclamación de los recién allegados a la cafetería Toma Café en pleno barrio de Malasaña. Patricia y Santiago, los emprendedores de este nuevo hogar para amantes de la cultura cafetera trabajan profesionalmente en el mundo del Marketing. Sin embargo, la suma de su pasión por las bicicletas y el café, las experiencias en numerosos viajes por capitales mundiales y el espíritu autodidacta e innovador, ha dado como resultado un rincón para degustar un excelente café, para dejarse mimar con un brownie de chocolate, y todo ello sintiéndose como un invitado.
Es habitual encontrarse con gente esperando en la calle para entrar. Esto se debe a que en su interior Toma Café tiene un espacio reducido de asientos (máximo de 10 personas), y a que los adictos a sus ristrettos, cappuccinos y lates cambian su habitual ruta para pedir aquí su café para llevar. En su interior, la decoración del local es simplemente personal. Una banqueta de madera con cojines formados por sacos de café, una bicicleta colgada de una columna, la impoluta máquina italiana Marzocco ( ‘la Royce Rolls de las máquinas’, según Patricia) y el expositor de dulces son los elementos que Patricia y Santiago han ido incorporando desde que inauguraran su coffee corner.
Para la elaboración de su café, trabajan con un gran número de proveedores para obtener siempre la mejor calidad de grano. Su blend es una mezcla de Nicaragua, Brasil y Colombia, aunque se proveen de productos de muchos otros países. Las pastas, bizcochos y galletas son elaborados de forma artesanal: el pastel de zanahoria o las galletas argentinas rellenas de dulce de leche son una apuesta segura para maridar con el café.
Toma Café es ya un punto de encuentro para muchos madrileños y extranjeros amantes del aroma y las texturas de un café preparado con esmero y buenas intenciones. La revolución barista en Madrid ya ha llegado, y ha empezado aquí.