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La cárcel de la Inquisición que esconden las calles de Lavapiés

Mª José Juan

Que en los últimos años estuviera ocupado por un bar y, posteriormente, por un teatro ha hecho que muchos olvidaran que el inmueble ubicado en el número 14 de la calle Cabeza fue durante muchos años -siglos, incluso- la cárcel de la Inquisición. No fue hasta 2011 cuando el Ayuntamiento de Madrid decidió hacerse a la propiedad del edificio y convertirlo en un Centro Municipal de Mayores. Gracias a esta reforma se recuperaron cinco de las celdas de estas mazmorras que tantas historias esconden.

Cárcel Eclesiástica

Aunque coloquialmente se conozca como la cárcel de Tirso de Molina o las mazmorras de Lavapiés, lo cierto es que en su apertura (finales del XVIII) respondía al nombre de cárcel eclesiástica o de la Corona. Su fin era evidente: allí iban a parar los presos del clero por mandato de la Santa Inquisición, que, según era tradición, no se mezclaban con los reos comunes. Pero a partir de 1814 también mandarían a los liberales juzgados y -para sorpresa de nadie- a los seguidores del partido contrario al Gobierno.

Su actividad como cárcel acabaría en 1834, coincidiendo con el fin de Inquisición. Con la desamortización de Mendizábal (que supuso la subasta de obras públicas), el edificio se vendería a particulares, pasando a un nuevo capítulo de su historia.

Recuperación de las mazmorras

Su destino no sería tan interesante: ha sido un bloque de viviendas, una tahona (panadería), un almacén, una taberna…, hasta llegar a lo que es hoy día, el Centro Municipal de Mayores Antón Martín.

Pero la suerte es que los calabozos siguen manteniéndose e incluso pueden visitarse. Están construidos de ladrillo y pedernal y cuentan con ventanas diminutas que dejan entrever la sensación de claustrofobia que debía vivirse. Las cinco estancias que se han recuperado son muy estrechas y están separadas por pequeñas aperturas, por las que los presos podían comunicarse entre sí. Se accede a ellas a través de unas escaleras abovedadas que conducen al sótano de la construcción. Adentrarse en sus profundidades te transporta de inmediato a otros siglos, otros años muy oscuros.

¿Realidad o leyendas?

Y entre esas paredes residen muchas leyendas, pero también relatos verdaderos. Uno de ellos es que allí se encarceló al cura de Tamajón, Matías Vinuesa, acusado de haber participado en una conspiración contrarrevolucionaria contra el militar y político liberal Rafael del Riego. Como fue condenado a cárcel en lugar de a pena de muerte, los liberales decidieron tomarse la justicia por su mano y entrar en la prisión para acabar con su vida.

Otra de las curiosas historias que rondan, esta vez a la calle, es precisamente la que le da nombre. La cárcel de Tirso de Molina se encuentra en la calle de la Cabeza. En el siglo XVI vivían en esta calle un cura y su criado. Un día el criado mata al señor, cortándole la cabeza, y huye a Portugal con su fortuna. Tras unos años fuera, regresa y cuando vuelve, compra la cabeza de un carnero. En su camino a casa, va dejando un rastro de sangre, razón por la que la policía lo para. Su sorpresa es abismal cuando ve que, en lugar de la cabeza del carnero, tiene la cabeza del fallecido. Sería entonces condenado a muerte en la plaza mayor, pagando finalmente por su delito.

Pero esta es solo otra de esas leyendas que nos hacen cuestionarnos dónde reside el límite entre ficción y realidad.

Si quieres visitar el edificio y empaparte más del patrimonio histórico que encierra Madrid, solo tienes que acudir al Centro Municipal de Mayores Antón Martínb (Cabeza, 14) y preguntar en recepción. Además, la entrada es gratuita.

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