Fernando García Ortega es soriano, aunque lleva ya una década de urbanita en Madrid. Además, es el autor de unas preciosas lámparas que seguro habrás visto en más de un sitio. Las creaciones de El Lucernario llaman la atención al primer golpe de vista por la delicadeza de los dibujos que las decoran y que convierten a estas lámparas en creaciones únicas y muy especiales. Fernando estudió en su Soria natal y posteriormente se licenció en Bellas Artes en la especialidad de Escultura. Se ha dedicado durante años al grabado en papel en el taller Gaya Nuño y a la escultura en piedra, y también ha ejercido como profesor de plástica y dibujo. A pesar de su amplia formación como artista, el trabajo con la luz y la carpintería ha sido un aprendizaje autodidacta del que todavía se declara aprendiz y en el que sigue descubriendo materiales y técnicas cada día.
La idea de crear El Lucernario surgió con otro amigo, Diego Ayala, al que conocía de diferentes ferias de diseño en las que ambos habían participado con diferentes proyectos. ‘Queríamos juntarnos para investigar y crear piezas de luz, recuperando antiguos objetos o partiendo de materiales que nos eran más familiares’, explica Fernando. Y dicho y hecho. Así fue como nació El Lucernario, y aunque ahora es Fernando quien está al timón del proyecto, sigue contando con la ayuda de sus amigos en el taller –situado en una nave industrial de Torrejón de Ardoz– y realizando colaboraciones puntuales con otros diseñadores.
Además de lámparas, en El Lucernario crean pequeños muebles auxiliares y grandes estructuras de madera que se convierten en piezas únicas por su complejidad y que se van construyendo a través de planos y ángulos geométricos. Eso sí, todas las piezas tienen un componente lumínico, aunque en algunas es más sutil. El gran atractivo de sus lámparas son, sin duda, las pantallas. Al estar apagadas, funcionan como pequeños cuadros con imágenes divertidas y surrealistas; cuando se encienden, emiten una luz tenue y cálida que se difumina en los espacios interiores. ‘Nos gusta alumbrar escenas contando relatos a través de la luz’, confiesa Fernando. Sus diseños de pantallas son, en su mayoría, collages. Juegan y ensamblan imágenes botánicas y de anatomía, que encuentran rebuscando en librerías antiguas, y a partir de ellas cuentan historias diferentes, más íntimas y también más gamberras.
El nombre del proyecto evoca el propio uso que tienen sus lámparas. Antiguamente, se denominaba lucernarios a las luces que se encendían cuando empezaba a atardecer; la luz tenue y acogedora que proyectan sus lámparas está pensada para ese momento y representa esa luminosidad tan especial que se da al atardecer. Todas ellas están fabricadas de manera artesanal. Utilizan diferentes tipos de madera para construir el esqueleto de las lámparas y papel para crear las pantallas, un material que a Fernando le gusta especialmente por su calidez. También se sirven de objetos encontrados o en desuso, y de tesoros del Rastro y otros mercadillos.
Las piezas del El Lucernario están a la venta en diferentes tiendas de Malasaña (La Antigua, La Intrusa o La Maison), el Barrio de las Letras (Fast Cool) o la zona del Rastro (Colindante). En su página de Facebook es donde van subiendo sus nuevos trabajos y sus experimentos lumínicos, y aceptan encargos a través del mail. También tienen una exposición permanente en el B_us (Duque de Rivas, 5 <M> Tirso de Molina).