Es chula porque tiene carácter y porque no renuncia a su esencia castiza, la de los bares de toda la vida. El apellido Valverde es para recalcar su carácter tribalero y, por tanto, creativo. Podría resultar arrogante, pero como no es pretenciosa acaba gustando a todos. Desde la hora del café en que abre sus puertas, por ella pasan todo tipo de gentes. Habituales de la zona y vecinos que se dan cita para tomar unas cervezas, trabajadores de la zona -especialmente en la hora del afterwork-; mientras por la noche, sobre todo en el fin de semana, la cercanía con Chueca y los alrededores de Gran Vía atrae a público de lo más diverso que se prepara para una larga noche de fiesta.
La chula de Valverde es un espacio diáfano con una barra imbatible, donde abunda la cerveza y que, como en todo bar de barrio, nunca sirven sin aperitivo. También algo para picar entre horas (empanada casera, de atún, morcilla o -la mejor- boletus con jamón) y una prolija gama de ginebras y vodkas premium. Una propuesta sencilla pero muy resultona, que gana valor por su entorno, en el que encontramos sofás chester, muebles de diverso cuño y mucha creatividad: paredes con papel pintado a bolígrafo con el sello de Mariscal, una imagen del fotógrafo Daniel Shäfer y un mural, obra del artista urbano Illot, en el que aparece una pin up provocando a King Kong.
Muy a tener en cuenta su banda sonora, que varía conforme avanza el día a ritmo de new jazz, funky, drum and buss o electrónica. Sus responsables, con una amplia experiencia en el mundo de la hostelería y la noche de Madrid, saben perfectamente qué melodía debe sonar en cada momento. Ello explica también el buen hacer y la interesante atmósfera que han logrado en el bar. Por lo que no nos equivocamos al afirmar que la de Valverde, además de chula, también es muy sabia.
*fotos: Yaiza Velázquez