Nadie duda de que Madrid cuenta con una colosal oferta museística, si bien es cierto que en la ciudad se echaba en falta un espacio dedicado a uno de los movimientos artísticos más recientes de nuestra cultura, La Movida madrileña. Todo un fenómeno contracultural que devolvió el color al Madrid postfranquista y que situó a la ciudad de nuevo en el mapa cultural. Pues bien, 30 años después de su eclosión, La Movida cuenta por fin con un merecido espacio en la capital, el bar-museo Madrid Me Mata, en el que fuera centro neurálgico del movimiento, Malasaña, y justo enfrente del mítico Penta, cuyos actuales responsables son algunos de los promotores del proyecto.
Madrid Me Mata, que debe su nombre a uno de los fanzines más populares de la época, cuenta con más de 200 metros cuadrados de exposición, repartida en dos plantas, con multitud de objetos y recuerdos cedidos por los artistas más representativos de la pintura, el diseño, la fotografía, el cine y la literatura de principios de los 80. Pósters de algunos de los conciertos emblemáticos celebrados en aquellos años, ropa e instrumentos utilizados por los músicos del momento (Los Secretos, Alaska y los Pegamoides, Tequila, Radio Futura, Ilegales, Los Secretos, Bernardo Bonezzi), fotografías de sus cronistas gráficos (Ouka Lele, Jesús Sebastian, Pablo Pérez Mínguez), obras de artistas plásticos (Guillermo Pérez-Villalta, El Hortelano, Carlos Bloch, Carlos Berlanga) y ejemplares de los legendarios fanzines de la época (La banda de Moebius)… que harán las delicias de nostálgicos y mitómanos, y permitirán también descubrir a los más jóvenes el espíritu rebelde y creativo de La Movida.
El proyecto ha contado con la colaboración de dos de los protagonistas del movimiento: Petecho Recio, componenete de Glutamato Ye-yé, encargado de recopilar todas las piezas que se exhiben en las vitrinas (y las que esperan en el almacén), y el diseñador Óscar Mariné, responsable de la decoración del local. Éste cuenta con dos grandes barras en la planta de arriba, más una zona más apartada con sofás y mesas bajas, y una recreación de un escenario con instrumentos musicales originales (la mesa de mezclas utilizada en el concierto homenaje a Canito en 1980, un bajo de Los Nikis, el teclado de Ana Curra…). En cuanto a la música, no podía ser de otra forma, 100% ochentera y en español, en su mayoría procedente de los vídeos que se proyectan en las pantallas. A volumen más moderado a primera hora de la tarde, tiempo para el café y las cervezas, y más alto por la noche, cuando el museo-homenaje se transforma en un auténtico bar de copas, contagiándose del ambiente festivo que, a pesar de los años, aún pervive en las calles de Malasaña.