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‘La Libre’, preciado rincón en Lavapiés

Martín López

Muebles y sillones de distintos tamaños y estilos, papel de vivos colores en las paredes, lámparas de diseño, objetos emblemáticos… Pilar Catano, propietaria de La Libre, se ha valido de los recursos estéticos de los 60 y 70´s para, al igual que los movimientos pacifistas de aquellas décadas, borrar todos los vestigios de la antigua armería que ocupaba esta preciada esquina en la calle Argumosa. Desaparecieron las armas y municiones, y su lugar ha sido ocupado por cafés, productos de repostería, platillos para el picoteo, destilados y montones de libros de segunda mano, los que sus clientes van dejando para que puedan ser revendidos a terceros y, a cambio, obtener descuentos en las próximas visitas (un 30% sobre el precio de venta) a este peculiar café-librería.

En pleno meollo de Lavapiés su ambiente y filosofía poco tienen que ver con la mayoría de locales del barrio. Desde primera hora de la mañana La Libre es un lugar donde impera la placidez, la conversación (no es una oficina, por tanto no hay wifi) y las cosas hechas con mimo. Por eso no es un lugar para ir a tomar el desayuno con prisas, porque elegir entre los diferentes tipos de panes (blanco, centenero, inglés, bagel, naan), bollos (croissants, muffins), tartas caseras (atención a la de plátano y nuez), zumos, cafés (mezcla propia, 100% arábiga) y tés, nos va a llevar su tiempo. Al igual que disfrutarlo en su interior mientras ojeamos la prensa o algunos de los muchos libros que pululan por allí o, si tenemos suerte y el tiempo acompaña, en su pequeña terraza al sol.

Librería café La Libre, en Lavapiés

Con un horario prolongado, que se extiende hasta casi la medianoche, todos los días de la semana, la carta de La Libre presenta un montón de sencillas y apetecibles propuestas para todos los momentos del día. En el listado, y bautizadas con nombres de escritores, encontramos diferentes tapas (el hummus y el guacamole no fallan, como tampoco lo hace la ‘Gaite’, una cesta rellena con puerros y pollo, o espinacas y ricotta), tostas (muy curiosa la ‘Lweigh’, con pavo, queso havarti, pepinillos y miel), ensaladas (‘Vila-matas’, con mezclum, manzana, peras, semillas de sésamo y mozzarella) y hasta unos deliciosos helados artesanales, que aquí se hacen acompañar de trozos de fruta natural (requesón con higos aromatizados, acierto fijo). En suma, buen sabor de boca en todo lo que probamos y precios de ésos que te alegran el bolsillo, incluso si nos animamos con los cócteles.

Conviene estar atento a sus programación de talleres, presentaciones y música en directo. De hecho, el piano que encontramos al girar la puerta no está ahí con una finalidad meramente decorativa, y todos los miércoles por la tarde es cedido a un músico profesional para que pueda deleitar a los presentes con su música.

*fotos: Alfonso Ondarroa

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