Un lavado de cara. Eso es lo que venía pidiendo a gritos el Nuevo Café Barbieri de Lavapiés, ahora Café Barbieri a secas. Sus paredes lucen blancas e impolutas, sin desconchones; sus sofás, llenos de historia, han vuelto a ser tapizados, manteniendo el rojo carmín característico; y sus mesas de mármol, originales de principios del siglo XX, han recibido una mano de pintura. Lo que nos encontramos en estos momentos es un café mucho más luminoso y atractivo, pero que no ha perdido ni un ápice de ese aire bohemio que le daban sus más de cien años de vida.
Desde sus espejos y ventanas continúa observando impasible Erato, la musa de la poesía lírica. Es ante ella ante quien tocan los diferentes grupos de música que cada noche ocupan el nuevo escenario del café –una de sus novedades más reseñables–. Los lunes swing (con bailes incluidos), los martes jazz, los miércoles flamenco (con unas jams que congregan a gran cantidad de músicos), los jueves soul, y así sucesivamente. Cada día, un nuevo grupo se ocupa de acompañar las veladas de los clientes (21h y las 23h). Se exige consumición mínima (15€) y es recomendable reservar una mesa porque es habitual encontrarse el local a rebosar. Lavapiés, un lugar propicio para este tipo de actividades, parece que ha acogido con entusiasmo la reconversión de este mítico local.
La carta también se renueva
El Barbieri, en todo caso, no es la primera vez que sufre una transformación de este tipo. A lo largo de su historia –se abriría en 1902 al calor de un antiguo teatro, hoy en día desaparecido–, ha visto pasar a varias generaciones de madrileños, siempre alrededor de un buen café. Ocurre que ahora se pueden probar otro tipo de bebidas. A la cerveza de grifo, Alhambra, hay que añadir una amplia selección de cervezas artesanas. A destacar la cerveza Salvaje de doble lúpulo y con multitud de variantes.
La renovación también ha llegado a la carta de vinos, en la que se agradecen nombres como Casa de Luz (Rueda), Épica Roble (Ribera del Duero), Viña de Moya (Bierzo) o López de Haro (Rioja), todos ellos algo más originales de lo que habitualmente se puede ver por ahí. Aunque la mención especial se la lleva La Casa de Monroy, un vino de Navalcarnero que debe disfrutarse bien acompañado.
Sin embargo, es la oferta gastronómica la que merece mayor atención (hay que recordar que el café anteriormente no ofrecía la posibilidad de platos calientes). Ahora se puede comer y cenar, tanto en el salón principal como en el contiguo, con mesas algo más grandes. Dentro de la carta se agradecen los platos clásicos de cocina española e internacional, aunque ligeramente renovados. Entre ellos sobresalen la ensalada Barbieri con queso de cabra y tomate ibérico, acompañada de dátiles y un aliño especial a base de vinagre y mostaza; el tartar de atún rojo, completado con aguacate y brotes tiernos; o los langostinos y mejillones picantes ensartados en un pincho a modo de brocheta. Entre semana tienen un completo menú, donde se puede probar un pisto manchego, un arroz campero al azafrán, una pechuga de capón rellena de queso emmental o un lomo de merluza a la romana, entre varios platos a elegir. Los jueves, por cierto, incluyen cocido completo en dos vuelcos, un guiño de lo más castizo.
Por último y no menos relevante, dentro de la transformación del local, se ha incorporado un coctelero, que está todas las tardes elaborando los más variados tragos, entre ellos el que lleva su propio nombre, Kenny, con vodka, licor de menta, crema de coco y jugo de piña. Está claro que el Café Barbieri ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, combinando acertadamente novedad y tradición.
* Fotos Carlos León