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‘Pajarita’, platillos fusión para compartir y provocar

Noelia Santos

*** ESTABLECIMIENTO CERRADO ***

La cocina puede ser muchas cosas, pero lo que no debería ser nunca es aburrida. Sobre ese pensamiento se levanta Pajarita, un local en la zona limítrofe entre Malasaña y Alonso Martínez con una cocina basada en la fusión a través de pequeños platos con los que su equipo derrocha talento, entretiene, provocan y evocan sensaciones más allá del paladar.

A diferencia de otros restaurantes, Pajarita tiene una identidad muy, muy definida, tanto que puede responder perfectamente a estas cuatro preguntas: ¿cuál es el mejor momento del día para ir? ¿qué se puede comer? ¿con quién? y ¿con qué intención? Las respuestas, por partes.

Está pensado para comer o para cenar -solo abre en turno de mediodía y noche-, lo que no quita que se alargue la sobremesa hasta la primera copa. Su carta apuesta por platos divertidos para compartir e incluso comer con las manos, con recetas cañeras, complejas y de alta cocina. Aunque -atentos, porque esto es lo más importante- de precios más que asequibles: los bolsillos no demasiado pudientes son más que bienvenidos en el Pajarita. Su joven chef, el mexicano Ricardo Andrade Márquez, sabe cómo hacer evidente esa cocina de nivel en cada plato -aquí también se lleva la tendencia molecular- hasta convertirla en callejera y popular. Sin miedo a la fusión, es por eso que mezcla con maestría ingredientes de diferentes países como México o Japón, aportando una interesante armonía entre sabores potentes y otros más sutiles. El resultado son platos que hay que explicar para entenderlos y saber cómo comerlos, algo que los camareros hacen con gusto.

Pajarita, pequeños platos de fusión y creatividad

La carta de Pajarita contiene desde aperitivos para abrir boca, como el barquito de pepino baby con tzatziki y queso feta, a platos principales como la coca guanajuatense, sashimi de berenjena, quekas (quesadillas), huevos divorciados, baozi de cebón, macarons mejicanos -para amantes del picante-, patatas ultracrujientes con huevo 66º, crumble madrileño -plato castizo donde los haya- o bombitas de camarón. Y de postre, fresco de yajirobe, megagominolas de peras al vino o el sorprendente cotton cake. Lo ideal es pedir entre dos y tres platos por persona, aunque también se puede elegir el menú del día (mediodías de laborables) o la opción de las armonías, una combinación de sus platos principales para 2 o 4 personas. Para beber, vinos con un punto canalla (el prosecco Follador es un valor seguro) y de la bodega familiar. Y de copeteo, una decena de ginebras premiums, además de whisky, ron, vodka y tequilas.

El interiosmo del local ha sido creado por el socio de Ricardo, Victor Aliñal, arquitecto de formación. La intención es que el mobiliario no llame demasiado la atención, porque la protagonista debe ser la comida; se nota en los colores sobrios y oscuros, en los materiales (madera y metal) y hasta en la iluminación, que cae directamente sobre la mesa para poner el foco en el plato mientras que el comensal queda en la penumbra. Quizá por eso Pajarita es un sitio perfecto para ir en pareja o incluso hasta para una primera cita, porque combina lo íntimo con un punto divertido en la comida, pensada para compartir, hablar, jugar con ella y comer con los dedos. O lo que es lo mismo, un sitio para romper el hielo y disfrutar comiendo.

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