Que un establecimiento centenario eche el cierre es una muy mala noticia, y si no que se lo pregunten a los clientes más fieles de La Duquesita, la emblemática pastelería de la calle Fernando VI abierta en 1914 y que, obligada por la jubilación de su propietario, Luis Santamaría, tuvo que cerrar sus puertas en 2015. Pero hay veces que suceden milagros, y este tiene nombre y apellidos: Oriol Balaguer, uno de los pasteleros más premiados de España, que se ha puesto al frente de esta preciosa cafetería que se ha convertido en todo un referente de la escena pastelera en la capital.
Eso sí, que nadie espere encontrar aquí una boutique de repostería de diseño como la que tiene en la calle Ortega y Gasset, o las esculturas de chocolate más espectaculares que el pastelero catalán luce también en sus tiendas de Barcelona. Y es que, como un nieto que admira a sus antepasados, Balaguer ha respetado al máximo la tradición familiar desarrollada por las tres generaciones anteriores que han hecho posible La Duquesita, olvidando por primera vez la estética sofisticada y vanguardista que suele aportar a cada una de sus creaciones.
Por eso, el aspecto de La Duquesita es casi el mismo de siempre: espejos, mostradores, molduras y fachada protegida por Patrimonio son los de antes, pero ligeramente restaurados. El producto también es idéntico, porque en su obrador se siguen elaborando diariamente las referencias más solicitadas del anterior propietario, siguiendo, además, la receta original, aunque con algún pequeño toque personal: pan au chocolat, trenzas, piononos, caracolas, lionesas, bizcochos (limón o manzana) o, uno de sus best sellers, los cremadillos de manzana y crema. Aunque, posiblemente, con lo que más se percibe que Oriol Balaguer está detrás de La Duquesita es con sus inconfundibles croissants, galardonados con el premio al mejor croissant de mantequilla de España en 2014.
Con eso, y con la destacada presencia del chocolate, principal ingrediente de las nuevas creaciones que Balaguer, por cierto, elabora en exclusiva en esta pastelería: bombones de sabores o las pequeñas tartas con las que cada temporada renueva su carta. Y no podemos olvidarnos de sus palmeras de chocolate: su hojaldre, insuperable, y el magnífico chocolate de Oriol, las elevan al olimpo repostero. Ni tampoco de los dulces típicos vinculados a las distintas fiestas tradicionales como roscón de reyes, torrijas, buñuelos o las rosquillas de San Isidro que regresan cada año a sus expositores.
La extraordinaria acogida de la nueva Duquesita motivó a Oriol a hacerse con el local contiguo (una antigua tienda de muebles) que ha convertido en un sofisticado salón de té conectado a la tienda -aunque también se puede acceder directamente desde la calle-. En este espacio se potencia la oferta de bombonería (la sugerencia de la casa es acompañarlos con champagne) aunque podemos ocuparlo en cualquier momento ya sea para desayunar, merendar o picar algo salado en forma de medias noches rellenas (salmón, jamón ibérico, pavo y brie) y cremas caseras al mediodía.
Gracias a su legendario espacio, el apetecible salón contiguo y sus siempre extraordinarios productos, La Duquesita continúa haciendo historia en el corazón de Madrid.